
Corrían los primeros tiempos de la década del sesenta, y desde la estructura del nuevo muelle, por aquel entonces en construcción o recién terminado, se observaba esta vista de las instalaciones portuarias de Río Gallegos, que registré en mis retinas: un grupo de chatas para desembarco y embarco, atracadas sobre la costa, asentadas en el lecho arenoso y pedregoso de la ría en bajamar.
Más atrás, se veía el viejo muelle de madera de
Esa era la visión del puerto de la aún incipiente capital de Santa Cruz.
Los años no han transcurrido en vano y muy diferente es la perspectiva actual de ese lugar, por los cambios acaecidos, pero algo continuó inmutable hora tras hora, día tras día, con la constancia y permanencia de la eternidad: ¡las grandes mareas!, con sus amplias variaciones, una de las mayores del mundo.
José A. Viqueira, recordando sus años de niñez y juventud, me brindó algunos nombres de estas embarcaciones que tuvieron dos propietarios,
Las primeras eran metálicas y las segundas de doble casco de madera con corcho intermedio. Una de ellas aún se conserva sin restaurar sobre la plazoleta cercana ai Cuartel de Bomberos.
Deborah, Chimango, Artemisa, Isabel, Evita Capitana, y otros, son algunos de sus nombres, como los Luchos de Peisci, que los viejos recordarán, no obstante el cambio de los tiempos, la velocidad del transporte actual y los vuelos transoceánicos.
View from the docks
It was back in the early days of the seventies, when the new wharf was still being built or was recently finished, and this view of the port facilities of Río Gallegos in those days was what my eyes recorded: a group of fíat barges for landing and boarding, moored on the shore, resting on the sand and shingle river bed at low tide.
Further back could be seen the oíd wooden wharf of the 'Sociedad Importadora y Exportadora de
That was the view of the port of the still budding capital of Santa Cruz province.
The years have not passed in vain and the view of this site today is very different, for the changes that have taken place, but something continúes unchangingly, hour by hour, day by day, with the continuity and permanence of eternity: the great tides! Here they have an uncommonly wide range, one of the greatest in the world.
José A. Viqueira, recalling the years of his childhood and youth, told me the ñames of the ships, which had two owners: '
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